"Memorias de cenizas" de Eva Díaz Pérez
La autora y su obra:
Eva Díaz Pérez (Sevilla, 1971).
Eva Díaz Pérez (Sevilla, 1971).
Licenciada en Ciencias de la Información. Finalista del Premio Nadal 2008 con la novela "El Club de la Memoria" (Destino). Finalista del Premio de Novela Fernando Lara con "Memoria de cenizas", (Fundación Lara, 2005). En 2006 publica la novela "Hijos del Mediodía" (Fundación Lara) Premio de Narrativa El Público de Canal Sur a la mejor novela andaluza publicada ese año. En abril aparecerá el libro "La Andalucía del Exilio" (Fundación José Manuel Lara, 2008). Autora del libro satírico "El polvo del camino. El libro maldito del Rocío" (2001) y coautora de la biografía "Salvador Távora. El sentimiento trágico de Andalucía" (Fundación Lara, 2005). Columnista de opinión en El Mundo, redactora especializada en temas de cultura y crítica teatral en el mismo diario. Premio de Periodismo Ciudad de Huelva (1997), Accésit del Premio de Periodismo Joven Manuel Alcántara (1998). Finalista del Premio de Periodismo Cultural Francisco Valdés de Periodismo Cultural (2003 y 2004). Colabora en "Mercurio", "Sibila", "Andalucía en la Historia" o "Los papeles Mojados de Río Seco". Ahora prepara su tercera novela, un ensayo sobre el exilio intelectual republicano y una guía literaria sobre Sevilla.
La obra: Memoria de cenizas
«Mi novela es la historia de una disidencia, de unos personajes heterodoxos, cuya vida y obra se ha intentado silenciar por ser incómoda y contraria a la oficial», dice la propia autora que define su novela como una «historia novelada».
Memoria de cenizas desvela las circunstancias que favorecieron la revisión de los dogmas religiosos en una ciudad que idolatra y adora reliquias de pelos y pieles de santos, la Sevilla del siglo XVI, a través de los acontecimientos que marcan la ciudad en esa época: la llegada de la riqueza de las Indias, las procesiones religiosas y la Inquisición con los autos de fe y la consiguiente quema de los condenados. Todas esas ceremonias eran una fiesta desmedida, lo que dice mucho del gusto por el boato religioso en nuestra ciudad. Esa «Sevilla perdió entonces la gran oportunidad de ser un centro del humanismo y del librepensamiento».
A través de este relato, la autora nos aproxima a una época en la que la Santa Inquisición trajo a Sevilla “El Carnaval de la Muerte”: La tortura, la quema, el aislamiento, el frío, el dolor, la soledad, el horror del castillo de San Jorge de Triana y el tenebrario se instala en las bases de una religión intransigente dominada por los que matan en nombre de Dios y que, escuchando mensajes celestiales, hacen oídos sordos a cualquier palabra de humanidad y piedad; los mismos que se ceban en los que no piensan igual o se afanan en el conocimiento de nuevas corrientes del humanismo y siempre de la mano de los monarcas españoles y del papado, personificado en el inquisidor y contrareformista Pablo IV.
La novela nos lleva de la mano a la inquietud nacida en el monasterio de San Isidoro del Campo por hombres que proclamaban que “Innato es en los hombres el deseo de saber”, a su aprovisionamiento de documentos y libros de Juan Calvino, Erasmo de Rótterdam y Martín Lutero por Julián Hernández (Julián le Petit o Julianillo), así como a la Sevilla que vio nacer y gestarse la reforma protestante de manos de nobles y doctos eclesiásticos que pretendían hacer carne la palabras, respirarlas y consumirlas con deleite .
No es la calidad literaria ni lingüística la que nos arrebata la atención en esta lectura, sino la verdadera protagonista: una Sevilla de mancebías en el Arenal que esperan a marineros, en la que se oye y se siente los pasos clandestinos en la noche, el miedo en sus ciudadanos, el color de la “cochinilla”, el olor de las calles a curtidurías, fritangas y grasas para los fabricantes de jabón a base de almarjos, la invasión de las aguas del Guadalquivir que se libera de su cauce tras las lluvias y que igual trae riquezas que muerte, el lóbrego silencio de las celdas del Castillo de Triana ....protagonista que conocemos y vive con nosotros y que desde ahora la miramos y percibimos con el conocimiento del pasado.
La autora nos refresca el conocimiento que Menéndez y Pelayo en 1880-82 nos legó en su “Historia de los Heterodoxos Españoles” (Cap. XIII a XV): De aquellos que sufrieron encarcelamiento, la humillación, el exilio, la persecución, la tortura y la muerte: Casiodoro de Reina, Del Corro, Varela, Garci Arias, Ponce de León, María Bohórquez, Isabel de Baena, Zafra, Pérez de Pineda, Ponce de la Fuente... y tantos de quienes se colgaron sus sambenitos en la fachada de la Catedral y que, cubiertos con sus corozas, como modernos nazarenos, murieron en el quemadero del Prado o de aquellos otros que deambularon por la Europa protestante huidos del fuego de la Inquisición para dejarnos la Biblia del Oso y el testimonio escrito de los horrores de una época......y del Monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce, cuna de los reformistas y que por motivo de esta lectura hemos visitado.
Sevilla 18/03/2009
La obra: Memoria de cenizas
«Mi novela es la historia de una disidencia, de unos personajes heterodoxos, cuya vida y obra se ha intentado silenciar por ser incómoda y contraria a la oficial», dice la propia autora que define su novela como una «historia novelada».
Memoria de cenizas desvela las circunstancias que favorecieron la revisión de los dogmas religiosos en una ciudad que idolatra y adora reliquias de pelos y pieles de santos, la Sevilla del siglo XVI, a través de los acontecimientos que marcan la ciudad en esa época: la llegada de la riqueza de las Indias, las procesiones religiosas y la Inquisición con los autos de fe y la consiguiente quema de los condenados. Todas esas ceremonias eran una fiesta desmedida, lo que dice mucho del gusto por el boato religioso en nuestra ciudad. Esa «Sevilla perdió entonces la gran oportunidad de ser un centro del humanismo y del librepensamiento».
A través de este relato, la autora nos aproxima a una época en la que la Santa Inquisición trajo a Sevilla “El Carnaval de la Muerte”: La tortura, la quema, el aislamiento, el frío, el dolor, la soledad, el horror del castillo de San Jorge de Triana y el tenebrario se instala en las bases de una religión intransigente dominada por los que matan en nombre de Dios y que, escuchando mensajes celestiales, hacen oídos sordos a cualquier palabra de humanidad y piedad; los mismos que se ceban en los que no piensan igual o se afanan en el conocimiento de nuevas corrientes del humanismo y siempre de la mano de los monarcas españoles y del papado, personificado en el inquisidor y contrareformista Pablo IV.
La novela nos lleva de la mano a la inquietud nacida en el monasterio de San Isidoro del Campo por hombres que proclamaban que “Innato es en los hombres el deseo de saber”, a su aprovisionamiento de documentos y libros de Juan Calvino, Erasmo de Rótterdam y Martín Lutero por Julián Hernández (Julián le Petit o Julianillo), así como a la Sevilla que vio nacer y gestarse la reforma protestante de manos de nobles y doctos eclesiásticos que pretendían hacer carne la palabras, respirarlas y consumirlas con deleite .
No es la calidad literaria ni lingüística la que nos arrebata la atención en esta lectura, sino la verdadera protagonista: una Sevilla de mancebías en el Arenal que esperan a marineros, en la que se oye y se siente los pasos clandestinos en la noche, el miedo en sus ciudadanos, el color de la “cochinilla”, el olor de las calles a curtidurías, fritangas y grasas para los fabricantes de jabón a base de almarjos, la invasión de las aguas del Guadalquivir que se libera de su cauce tras las lluvias y que igual trae riquezas que muerte, el lóbrego silencio de las celdas del Castillo de Triana ....protagonista que conocemos y vive con nosotros y que desde ahora la miramos y percibimos con el conocimiento del pasado.
La autora nos refresca el conocimiento que Menéndez y Pelayo en 1880-82 nos legó en su “Historia de los Heterodoxos Españoles” (Cap. XIII a XV): De aquellos que sufrieron encarcelamiento, la humillación, el exilio, la persecución, la tortura y la muerte: Casiodoro de Reina, Del Corro, Varela, Garci Arias, Ponce de León, María Bohórquez, Isabel de Baena, Zafra, Pérez de Pineda, Ponce de la Fuente... y tantos de quienes se colgaron sus sambenitos en la fachada de la Catedral y que, cubiertos con sus corozas, como modernos nazarenos, murieron en el quemadero del Prado o de aquellos otros que deambularon por la Europa protestante huidos del fuego de la Inquisición para dejarnos la Biblia del Oso y el testimonio escrito de los horrores de una época......y del Monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce, cuna de los reformistas y que por motivo de esta lectura hemos visitado.
Sevilla 18/03/2009