ELPAIS.com - Sección Cultura

18 junio 2010

En honor de José Saramago


José Saramago ha emprendido su último viaje. Se ha marchado, en su balsa de piedra, a vivir con sus libros. Posiblemente allí encontrará respuesta a tantas preguntas que se hizo y que nos invitó a que nos hiciéramos: ¿Que pasaría si.......?.
Nació el 16 de noviembre de 1922 en una aldea de Ribetejo, en el seno de una familia de labradores y artesanos. Aunque en la década de 1940 publicó una primera novela con escasa repercusión, no se dedicó plenamente a la actividad literaria hasta después de la restauración de la democracia en Portugal, en 1974. Durante ese tiempo se dedicó al periodismo y al activismo político —era miembro del Partido Comunista Portugués— para derribar la dictadura de Antonio Salazar. Había terminado en 1939 sus estudios medios y, por dificultades económicas, no pudo proseguir los universitarios. Posteriormente trabajó como traductor, asesor editorial, corrector y periodista y hoy es considerado uno de los novelistas más apreciados en el mundo entero.

Su visión heterodoxa del Mesías cristiano (El evangelio según Jesucristo) levantó una polémica que arreció cuando el gobierno de su país se negó a presentar el libro al Premio Literario Europeo. Herido con aquel gesto, Saramago se instaló en Lanzarote con Pilar del Río, su segunda esposa y nueva traductora. La misma polémica de tintes religiosos se reprodujo en 2009 al hilo de la publicación de una novela considerada hiriente por la jerarquía católica lusa: Caín.
 Saramago, gran admirador de Pessoa, dijo “Yo no escribo para agradar ni tampoco para desagradar. Escribo para desasosegar. Yo no escribo por amor, sino por desasosiego; escribo porque no me gusta el mundo donde estoy viviendo”. 

En 1998 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca destacó su capacidad para «volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía»
Hoy falleció a los 87 años en su residencia de la localidad de Tías (Lanzarote).

Fue nuestro compañero de lectura en un año difícil para el Club Asaber y nos ayudó a seguir con reuniones después de leer algunas de sus obras y vencer la dificultad de su lectura tal como el aconsejaba: “Leerlas en voz alta”
La última entrada de su blog nos dejaba esta frase: “Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte.”

1 comentario:

Rafael dijo...

Hoy quiero recordar al hombre porque al escritor nunca dejaré de hacerlo. Al fin y al cabo lo que permanece de un escritor no es su humanidad ni su ideología, solo queda su obra.
La capacidad intelectual del genio no se extingue, y ni siquiera se merma, con el paso de los años. Saramago creo la mayor parte de su obra a partir de los 60 años y fue feliz junto a Pilar a partir de los 65 cuando ella apenas tenía 35.
En sus últimos días ya no hablaba pero reía con ella. Reía con lo que escuchaba, con lo que Pilar le contaba y se sentía feliz.
Hace tres años jugó y saltó por encima de la guadaña, tal como había contado en “Las intermitencias de la muerte”, resucitando gracias a los esfuerzos médicos y a la “increíble fuerza y amor de Pilar”, según sus propias palabras. Después siguió escribiendo, publicando y contando vida y anécdotas de su niñez junto a su abuelo, “el hombre mas inteligente y culto que había conocido aunque fuese analfabeto”, del que aprendió a amar la tierra y a los hombres y al que le dedicó, en su emotivo y brillante discurso, el premio Nobel de literatura de 1998.
Saramago fue fundamentalmente un hombre sincero, sobrio, íntegro, incomodo con el poder y con el Vaticano, sencillo, comprensivo y comprometido con todas las causas civiles de su tiempo, firme defensor de los derechos humanos, contra el avasallamiento y siempre a favor de los acosados. También fue un quijote que quiso tornar a Caín en el hombre bueno de la historia, salvador de conventos, de su idea peninsular de España y Portugal y que prolongó la obra de ese quijote insular que fue Cesar Manrique.
Su amada Portugal le rendiré honores merecidos por haber llevado a las letras portuguesas al lugar más alto de su historia y olvidará que tuvo que autoexiliarse por la incomprensión de los poderes públicos y la iglesia Católica....y que se sintió solo.
Como también solo recibió la noticia del Nobel de boca de una azafata en Frankfurt y contó que “a mi alrededor no había nadie, nadie, nadie, nada y nadie hasta que encontré a Isabel de Polanco (su editora) y le di la noticia”. Hoy los protagonistas de esta anécdota ya no están entre nosotros.
Pero en realidad, desde que conoció a Pilar, en el año 1986, una joven periodista que acababa de leer “Memorial del convento” y quiso convertirse en su Blimunda, ya no volvió a estar solo. Ella fue su pilar, su aliento, su fuerza y amparo, y seguirá siendo Blimunda. Hoy es ella, quien se queda sola leyendo ante su féretro un párrafo de “El evangelio según Jesucristo”....yo quiero acompañarla.